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¿Qué dicen los búhos?

SÉPTIMA EDICIÓN | 16 FEBRERO, 2022

La Sociedad Opulenta

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La figura de John Kenneth Galbraith representa una de las voces más escuchadas pertenecientes a la escuela Institucionalista de economía. Es, quizá, el personaje más reconocido después de su fundador Thorstein Veblen debido a la influencia que sostuvo en los círculos de pensadores e intelectuales en Estados Unidos.



Por Arnoldo Gutiérrez Majalca
 

Estudiante de la Licenciatura en Economía en la Universidad de Sonora.

Por Arnoldo Gutiérrez Majalca*

El libro del que a continuación hablaré, es uno de los mejor posicionados del autor, siendo un escrito centrado en describir la cultura económica de Estados Unidos, la evolución del pensamiento económico y las instituciones, así como la transformación de las relaciones de poder y control dentro de la dinámica económica. No es difícil notar como Galbraith bebe de la obra de Veblen a la hora de hablar de la opulencia y la idealización del ocio en la sociedad norteamericana.

El mensaje del libro en todo su conjunto de temas es el de como la economía ha dado un lugar predominante hasta los extremos a la producción. La producción es sinónimo de riqueza y, por ende, todo debe girar alrededor de ella. Por ello, no es extraño pensar en el rechazo generalizado de la inversión pública y la expansión de los servicios, y por otro lado encontrar una gran exaltación de la iniciativa privada como fuente verdadera de riqueza. El orden social de hace siglos mandaba que había que producir para consumir, pero hoy se consume para producir.

Y es que la «divinización» de la producción traspasa cualquier frontera política o ideológica. Desde la izquierda a la derecha, conservadores a liberales, todos quieren que la nación concentre sus esfuerzos en producir más para consumir más. Pero lo profundo del asunto está en que la industria, con su estatus adquirido, debe estimular el consumo del público para seguir expandiendo el crecimiento de bienes y servicios.

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Fuente: Recuperada de la Web.

Galbraith refiere que los grandes economistas de épocas pasadas, como Adam Smith, David Ricardo o Thomas Malthus, escribieron en una época donde la producción se concentraba en productos de necesidad básica, por lo que la opulencia estaba reducida a un grupo pequeño de la población. Pero estas ideas no funcionan muy bien en la Estados Unidos de la posguerra, donde la producción de artículos y servicios de lujo es un negocio en constante crecimiento. Muchas de las leyes propuestas por aquellos, como la ley de hierro de los sueldos, no se manifiestan de la misma manera, pues la industria contemporánea tiene un gran poder para mantener su propia base de consumo.

La industria privada estadounidense, tal como la describe el autor, es una que ha creado toda una gigantesca maquinaria con el fin de crear necesidades de consumo para la población. Con todo lo que podríamos llamar ingeniería social, las instituciones estadounidenses están permeadas con el sentido de la opulencia, la búsqueda de elevar el estatus a través de la adquisición de bienes específicos. Esto ha creado un estado de dependencia donde los deseos son creados cada vez más por el proceso mediante el cual se satisfacen. Todo lo anterior implica que el gasto e inversión pública sea visto como un desperdicio o estéril, de forma que la participación del gobierno es mínima.

Burocracia es una palabra que solemos asociar solo con los procesos gubernamentales y poco con las empresas privadas; la realidad es que podríamos bien llamar a los ejecutivos de las grandes empresas burócratas profesionales. La formación de una clase ociosa, ausente de la administración y dirección de las corporaciones, es uno de los fenómenos más característicos de Estados Unidos. El ideal de construir y trabajar lo suficiente para vivir sin esforzarse es un pensamiento muy propio de aquellas sociedades enfocadas en producir riqueza, aún por contradictorio que pueda sonar. La dualidad entre los ejecutivos administradores y los propietarios ausentes es una donde los intereses del ciudadano de a pie tiene poca cabida.

El autor postula que esta obsesión por la producción, medida por el PIB, ha hecho perder de vista lo importante a los políticos y gobernantes. Si solo nos guiaríamos por eso, el aumento de los servicios educativos y un incremento en la producción de televisores aportarían el mismo valor. Pero el sentido común nos diría que la educación es una inversión muchísimo más elemental y necesaria, aunque ese sentido escapa a la lógica del funcionamiento de la economía.

En últimas palabras, parece deseable que este país abandone parte de sus prácticas para mejorar su infraestructura social y física, así como aliviar la desigualdad económica. Galbraith ve en la inversión pública la oportunidad para establecer programas que socaven la pobreza, a través del establecimiento de una «nueva clase», individuos dedicados a la labor intelectual y científica con fines sociales y políticos.  Un llamado para abandonar la adulación del ocio y la riqueza es primordial para fundar nuevas prioridades enfocadas en el desarrollo y bienestar humano.

Referencias

Galbraith, J. K. (2012). La sociedad opulenta. Barcelona: Austral.

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